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Me siguió toda la mañana. Sus ojos muy abiertos, brillantes y azules. Parecen dos joyas de las más caras. Sin duda lo son.
Los pasos suaves y discretos. Su atención puesta en cada uno de mis movimientos, tanto los rutinarios como los alternativos. De vez en vez dejó escapar uno de esos extraños sonidos tiernos pero incriminatorios.
Me azuza, me acecha y al final me arroja ese objeto ovalado, gris y suave. Su ratón de peluche ahora ciego, medio sordo, descolado y sin expresión alguna.
Por fin, me acerco a él al encontrarlo deliberadamente tirado en el tapete con mirada lastimera.
Me acuesto a su lado de la misma forma en que él lo hizo temprano para acompañarme a hacer ejercicio.
Me mira, lo rasco, me patea y me mira de nuevo, tierno y apacible. Esta vez sólo lo toco suavemente y cierra los ojos como una caja fuerte que resguarda las gemas. Para los bigotes alertas y sensibles, yo le acaricio la cara, la cabeza y el lomo mientras pienso en lo grande que es.
Suspira profundo y satisfecho, da un brinco y se va caminando rápido levantando la cola.
Eso era todo, ahora es tiempo de jugar, sólo necesitaba que le hiciera saber una vez más que lo quiero
3 Comments:
amo a los gatillos.
Definitivamente, la sangre de un felino es así...
me lo imaginé... digo, toda la escena =)
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