No. Si ya sé lo que tengo.
Esta angustia, este nudo en el pecho, esta lágrima que siento atorada en el medio de mi nariz.
Este rencor al recuerdo, esta añoranza al pasado. (Porque es más fácil decir que todo pasado fue mejor que ver las bondades que te da el presente por miedo a superar los retos que vienen con ello.)
Este dolor en la rodilla que no es otra cosa que el cansancio de recorrer el mismo camino diario, año tras año.
Este dolor en la espalda no puede ser otra cosa que la sensación de haber sido traicionada.
Este entumecimiento de manos producto de la mecánica moderna.
Este nudo en la garganta que quiero gritar.
Ya sé lo que tengo. Me estoy muriendo. Por eso está tan frío mi corazón y tan inamovible el ego.
Una parte de mi vida se está quedando en el pasado. Está cerrando capítulo.
Está muriendo una parte de mi que conocía muy bien.
Está terminando una etapa de mi vida que parecía ser mi vida entera. Mi lado “A” yo le llamaba.
Se acaba y ahora me queda poco más que el recuerdo y lo incierto del futuro.
No conozco a la persona con la que me quedo. No sé cómo reaccionará estando tanto tiempo en casa.
¿Qué pasará al voltear el disco al lado B? Me inquieta, me gasta.
Experimento una muerte parcial y mi cuerpo la refleja concretamente y duele.
Quiero enterrar esa parte. Quemarla y rendirle el debido homenaje para despedirla con glorias. Pero, debido a las circunstancias, no creo saber cómo hacerlo.